Este no es un artículo educativo sobre los perros con problemas al estar solos.
O sí lo es, pero no directamente.
Necesito escribir. Ordenar mis pensamientos y emociones. Expresarlos. Compartirlos y que se queden en algún sitio.
Despedirme.
Pippa, te echaré de menos.
No hace ni 24 horas que te has ido por siempre de nuestras vidas, y no te puedes imaginar lo que ya te extraño.
Sé que cada perro es único para su familia. Y tú lo has sido en la nuestra.
Desde que llegaste de cachorro, hasta ayer. Lo has sido cada día. Cada hora. Cada segundo.
Estoy escribiendo esto en mi despacho y la simple sensación de saber que no estás durmiendo en el sofá es arrolladora. En nuestro sofá. En tu sofá.
Al entrar por la puerta, olía a ti.
Anhelo el tocar tu pelo suave y brillante. La rugosidad de tus almohadillas. La frescura de tu nariz.
¿Quién va a venir ahora cuando meta un plato en el lavavajillas a lamer los restos de comida?
Tu vacío se nota más de lo que nadie puede imaginar.
Echo la vista atrás y veo todo lo que hemos vivido juntos: no has sido solo una más de la familia. Has sido también el motivo por el que hoy soy lo que soy y me dedico a lo que me dedico.
Nunca había tenido perro. Me formé como ingeniero en la universidad porque pensaba que eso era lo que quería.
Hasta que llegaste tú hace nueve años y medio.
Poco sabía yo en aquel momento lo que significarías para mí.
El principio no fue fácil.
Era un completo ignorante de lo que implicaba tener un cachorro en casa. Recuerdo esa bola de pelo que recogimos en Brihuega (Guadalajara) y que trajimos a Barcelona dentro de una caja de fruta.
La familia de la casa donde habías nacido no te quería, pero nosotros sí. Y gracias también a ellos, nuestros caminos se juntaron para siempre.
Con la adolescencia te empezaron a pasar cosas que no entendíamos o no sabíamos afrontar. Hicimos algunas bien, y otras mal, somos conscientes.
Necesitaba entenderte mejor y averiguar cómo ayudarte.
Ahí decidí asistir a alguna formación donde me enseñaran qué y cómo podía hacerlo.
De nuevo, poco sabía yo que aquel curso sería el primer paso hacia un cambio de vida.
Después de ese, vino otro, y otro, y otro…
En cada uno de ellos sacaba aprendizajes para ayudarte en algún aspecto a ser más feliz. A ti y a otros perros.
Por ti, por tus particularidades, pensé que podía ayudar a más familias que no acababan de entender o convivir bien con sus peludos.
Todo ese camino fue un proceso: formaciones y formaciones de las que aprendí algo siempre. A veces más, a veces menos.
Hubo personas que nos ayudaron en ese camino. Profesionales que de una forma u otra te conocieron o supieron de ti: Carlos Alfonso (de EDUCAN), Fran Murillo y Gonzalo Trigo (de el Educadog), Mariona Monrós (de Natural Gos), Albert Garriga, Pedro Salas, Ernest Belchi y Lidia Miralles (de Mantrailing Catalunya), Mercè Serrano (de Natur & Agility), Aina Paredes, Giuseppe Fatone (de Dog’s Revolution), Marco Moretti (de Pelutopia), Moira Hechenleitner, Carmine Volpe (de Dottor Fox), Mayra Poitena (de BioVet), Susana Blanco (de Aromanimalia), Mónica Tovar y Ezequiel Dello Russo, Jessica Ciminnisi, las Irenes y Flor (de La Canina), Malena DeMartini, Gabriella (por supuesto, Gabriella)…
Seguro que me olvido de muchos más.
Todos ellos aportaron algo a nuestra relación, que fue evolucionando.
Poco a poco aprendí a entenderte, a ayudarte de la forma más respetuosa posible y a aceptarte como eras.
A cada curso presencial me acompañabas. Me ayudabas para que yo siguiera aprendiendo a entenderte.
Juntos hemos hecho dinámicas en cursos. Canicross. Mantrailing. Detección de sustancias. Agility. Activación Mental Canina. Hemos jugado. Nos hemos perseguido…
Nos hemos perdido… y nos hemos encontrado.
Siempre recordaré nuestros momentos.
Como cuando íbamos a Centelles a participar en el concurso de perros truferos y me sorprendías por tu eficacia con lo poco que practicábamos eso durante el año. Se notaba que te lo pasabas bien.
Como cuando entrenamos horas y horas para pasar una certificación de Mantrailing y el día de la prueba nos nevó y no la aprobamos porque nunca habíamos podido entrenar en nieve. Pero recuerdo que tú disfrutaste, eso sí.
Como cuando en una formación te escapaste por un hueco de la valla y te dedicaste a cazar conejos durante casi una hora. Yo sufrí, pero tú todo lo contrario.
Como cuando nos apuntamos a un triatlón canino y el día de antes yo me torcí el tobillo, y aun así hiciste la prueba tirando de otro miembro de la familia con quien no habías entrenado nunca. Se notaba tu motivación a la legua.
Como cuando estábamos de casa rural un fin de semana y te perdiste una hora por el bosque y volviste con el morro lleno de sangre. Supongo que algún conejo o similar no disfrutó tanto, pero tú sí.
Como cuando hicimos una excursión familiar en kayak y tú pasaste más tiempo nadando en el río detrás del kayak que dentro de él. En el agua parecías una nutria nadando.
Por no hablar de los momentos en los que hacíamos cosas y tú no eras ni consciente de ello. Recuerdo la de veces que me veía a mí mismo entrando y saliendo de casa varias veces, o incluso trabajando con el portátil en el coche, para ayudarte a superar los problemas que tenías con el hecho de quedarte sola en casa.
No puedo enumerar todos los recuerdos que tengo contigo. Es imposible. Voy vomitando algunos, llorando mientras escribo.
O escribiendo mientras lloro, qué sé yo.
Julie te ha querido (y te quiere) tanto o más que yo, me consta.
Y para Liam has sido su hermana mayor. Su compañera de juego. Su referente.
A ti nunca te habían gustado los niños y su energía electrizante.
Pero con Liam fue diferente.
Le viste crecer. Le toleraste. Le quisiste. Y le educaste.
Liam no conoce el mundo sin ti. Le ayudaremos en el proceso.
Hemos hecho todo lo posible para darte la mejor vida posible.
Pippa. Pippita.
Mi Pippa. Mi Pippita.
Espero que hayamos sabido estar a la altura.
Mi mayor tormento ahora mismo es desear que no hayas sufrido demasiado en tu marcha.
Te ha tocado una mierda de enfermedad que hace más de 20 años se llevó a mi padre. Y tampoco te ha dado opción alguna de luchar.
Ni a nosotros tiempo de prepararnos.
Solo te digo que, de la misma forma que mi padre sigue conmigo, tú seguirás conmigo siempre.
Ahora se me hace muy raro conectarme con familias para ayudarles con sus perros. Pero sé que tú estás conmigo. Y sé que tu legado me servirá para avanzar con muchos peludos que, como te ocurría a ti en su momento, sufren cuando se quedan solos.
Pero sé que este es un proceso que tengo que vivir y pasar.
Vivo momentos de rabia, de incredulidad, de culpa, de frustración, de tristeza (de mucha tristeza) y de dolor (de mucho dolor).
Sé que eso se irá pasando, pero me quedaré con los recuerdos, con las fotos, con las emociones de la relación que hemos tenido.
Te echo de menos, Pippa. Mi Pippa.
Te quiero.
No me apetece acabar de escribir, porque siento que es una despedida, y no quiero que se termine.
Pero creo que tú ya sabes todo lo que has significado para mí (para nosotros). Y esto que escribo es más una herramienta para mí, para poder avanzar y gestionar.
Nunca habrá nadie como tú. Te recordaremos siempre.
Descansa en paz.
Pippa (Octubre 2013 – Mayo 2023)