El amor constituye un concepto abstracto que resulta muy difícil definir científicamente (incluso cualquiera de nosotros podríamos tener problemas para darle una definición). Y mucho más difícil resultaría comprobar científicamente si una persona o un perro siente amor, o cuánto amor siente. ¿Cómo comprobar de forma objetiva un concepto abstracto vinculado a las emociones y tan subjetivo?
Un posible camino que podría acercarse sería hablar de la oxitocina, una hormona, un compuesto químico, existente tanto en humanos como en perros y vinculada en personas a procesos afiliativos, excitación sexual, lazos maternales, confianza social y generosidad, entre otros comportamientos. Se ha visto que los niveles de oxitocina son más bajos de lo normal en personas con autismo. No en vano también se conoce comúnmente a la oxitocina como la hormona del amor.
Dicho esto, en un estudio publicado en la revista Science en Abril de 2015 («Oxytocin-gaze positive loop and the coevolution of human-dog bonds», de Takefumi Kikusui y otros, Japón), se demuestra que:
- El contacto visual con nuestros perros eleva los niveles de oxitocina tanto de las personas como de los perros;
- La oxitocina adicional que llega a nuestros perros provoca un aumento del tiempo que nos miran (demostrado con hembras, con machos no parece haber esa evidencia), lo cual provoca un aumento de oxitocina en nosotros. Se genera así un ciclo de refuerzo social inter-específico entre perros y humanos;
- El mismo experimento realizado con lobos (criados con personas) no provoca variaciones en los niveles de oxitocina, ni en ellos ni en las personas que los miran; y
- Se elimina de estos resultados la variable de las experiencias vividas por perros y lobos cuando eran cachorros, demostrando así que todo el proceso tiene ya una base genética.
Todo ello implica que los perros, durante el proceso de domesticación han llegado a adaptarse y comprender un método de comunicación tan común para los humanos (mirarse a los ojos), que para ellos inicialmente era un signo de amenaza. Y tanto es así que lo utilizan ellos mismos con nosotros, causándoles un beneficio físico (el aumento del nivel de oxitocina).
¿Y de qué nos sirve esto en nuestro día a día con nuestros perros? De entrada ya vemos que perros y lobos son especies diferentes (cosa que ya sabíamos por otros muchos factores y estudios). Por tanto, de poco sirve tomar al lobo como referencia para educar a nuestros perros, pues vemos que éstos disponen de herramientas sociales (de comunicación y de comprensión) con las personas que los lobos no tienen. Huyamos por tanto de la educación «como si fuesen lobos»: hemos de adaptar el adiestramiento a sus características particulares.
Por otro lado, se ve que el simple hecho de mirar a los ojos a nuestro perro constituye un «premio» para él. En el experimento se comprueba que no solo el mirar a los ojos, sino también el hablarle y el tocarle, eleva sus niveles de oxitocina (además de los nuestros). Los premios que le damos al perro no necesitan ser solamente objetuales (comida, un juguete), sino que también una mirada afiliativa, unas palabras bonitas o una caricia en su sitio favorito le harán sentir unido a nosotros.
Y por último, desde un punto de vista más egoísta, hablemos del bienestar que nos hacen sentir ellos a nosotros. Les miramos y sentimos emociones de cierta forma similares a las que puede sentir una madre con su hijo, o una pareja enamorada. Por no hablar del saber que esa misma mirada tiene en ellos un efecto (químico) muy similar al que tiene en nosotros. Desde luego, de ello no podemos deducir categóricamente que nuestro perro «nos ama», pero algo se le parece….